sábado, 11 de diciembre de 2010

Texedora de suaños

Faltáben-y unes puntaes por dar pero nun hebo tiempu. Fízose de nueche mui ceo. Magar que tenía los güeyos avezaos a la escuridá yá nun-y daben pa menudencies. Posó la colcha en cestu y llevantóse a mirar pel ventanu la cocina. Taba’l cielu rasu. Nel prau temblaba’l xelu reflexando’l brillu les estrelles. Facía frío, munchu frío. El creciente de payares taba yá casi enteru y les solombres de les castañales pelaes truxéron-y al recuerdu pantasmes d’otros tiempos.

Punxo a calecer un cacín con vinu y figos pasos na chapa. Xorrascó un pocoñín el fuéu y sentóse nel escañu a lleer el papel. Les lluces azulaes de les camionetes que xubíen y baxaben pel caleyón metíense dacuandu pente los visillos cafiando dientro la cocina. Echó’l vinu nun concu y dexó los figos en cazu. Punxo más a calecer. Volvió a asomase al ventanu. Había dos camionetes de los guardies aparaes delantre l’horro. Andaríen atapecíos pela mata, a la gueta de los que vinieren del pozu per Sarabia.

Xubiere a L’Arquera a media mañana, namás enterase de lo del castillete. Diez años, pensó mentres escuchaba a Tino Chimenea contar que los figareos se negaren en reondo a negociar el pieslle y Ino perdiere la pacencia. Garró a don José María pela pechera y ente elli y los otros tres xubiérenlu castillete arriba como a un rachu.

Diez años que nun pisaba la plaza la maera. Diba una década que tirare pela caña’l pozu la llave de la ilusión dempués de qu’aquel derrabe que mató a Salva-y trancare pa siempres la puerta. Diéron-y tierra polo civil, como a la responsabilidá de La Empresa. Vieno dempués el tiempu del vinu, de la soledá y el silenciu. Llamárenla a les oficines. Diéron-y primero el pésame, dempués, como davezu, los conseyos. Magar que siempres fuere una muyer difícil teníen-y apreciu. El mayor confundió a Dios col sufrimientu y a la muerte cola redención de les penes. Fizo con ella memoria del primer home que perdió nel monte, de la nena que-y llevó la colitis, del probe Salva, tan neciu políticamente como bon mineru. El pequeñu faló d’una dómina azul qu'a ella siempres-y abultó un pretéritu imperfeutu. Pidiéron-y que-yos pidiere; daqué podríen facer por ella. Toles muyeres que nella había: la ñeta’l gocheru sordu, la fía ensín padre del ama de cría d’aquellos inxenieros, la madre escosa de vida; punxérense en pie con María, la obrera qu’echare la vida separtando ñates nos llavaeros de carbón. Mirolólos a los güeyos y pidió-yos que-y ficieren la cuenta.

La plaza taba yá tremada de grises. Nun pudo falar colos del castillete. Mandó-yos recáu por Chimenea de que lu baxaren, qu’aquello nun pagaba la pena. De xuru que’l señoritu ya deprendiere qu’entá había un pasu ente la llamuerga na que vive y el cielu que lu espera. Dio media vuelta y empobinó pa casa.

Arimada a la cocina bebio’l vinu que quedaba en cazu, sentóse nel escañu y tapóse cola colchina. Sintió'l motor de les camionetes. Tenía los güeyos tan avezaos a la escuridá que-y chocó aquella lluz tan blanco qu’inundaba la cocina. Faltáben-y unes puntaes por dar pero nun hebo tiempu. ¡Mama! Sintió del otru llau de la lluz. Llamábala la nena.

domingo, 4 de julio de 2010

El hombre inseguro

El hombre inseguro se sintió incómodo. “No sé qué pensar”, gritó al cielo.

−Es normal -le respondió Dios- la duda existe.

La respuesta reconfortó en un primer momento al hombre inseguro y después lo inquietó severamente.

−Si la duda existe -pensó- puedo estar al menos seguro de algo.

Pero inmediatamente dudó de que fuera posible tener la seguridad de que dudaba. Dudó entonces de la existencia de la duda.

−Sin duda dudo porque existo, por lo que es seguro que la duda es tan imperfecta como yo.

El hombre inseguro concluyó entonces que la duda lo hacía libre y se sintió tremendamente desgraciado. Lloró desconsoladamente al saberse sólo frente al mundo y, entre lágrimas, tomó la determinación de que debía ocuparse de asuntos más urgentes.

Adiós, le dijo a Dios, y se puso manos a la obra.

miércoles, 14 de abril de 2010

Los sacos de Barcelona

Pensé que era un error. Después me pareció un magnífico ejemplo del buen humor que se aprecia en esta ciudad. Probablemente no se trate de ninguna de ambas cosas. Después de todo no es inusual que nos topemos con prescripciones inútiles, prácticamente desobedecidas. Ejemplos hay muchos. Especialmente habituales y llamativos son los que se pueden encontrar expuestos en la vidriera de cualquier bar español: “servicio exclusivo para uso de los clientes”. El “servicio” se refiere en estos casos al retrete y no, obviamente, al servicio propio de la hostelería. Adviértase que de ser esto último el enunciado tendría pleno sentido pese a la ambigüedad que encierra. Ciertamente podría dudarse de si la cualidad de exclusivo debe entenderse en términos excluyentes o privilegiados. En el primer caso el anuncio sería redundante. En el segundo, a juzgar por la clientela que desde la calle se puede apreciar en no pocos establecimientos, se antoja un anuncio de dudosa credibilidad.

Fuera ello como fuere, lo cierto es que en estos casos usted y yo, por un inexplicable entendimiento en común del mundo y del lenguaje, nos percatamos de que el anuncio nos advierte de una prohibición: la de que el retrete sea utilizado por personas que carezcan de la condición de cliente. Ante tamaña prescripción, uno no puede más que quedarse perplejo al tropezarse en el retrete con el dueño del bar o un camarero. No digamos ya si se encuentra usted con el cocinero, cuyas manos como es natural están en habitual contacto con la masa. Hechos como éste, que quizá a usted no le hayan ocurrido pero a mi sí, conducen a pensar que o bien tales individuos son, además de empleados, clientes del establecimiento (lo que ciertamente no es improbable en el caso del camarero y del cocinero, pero resulta del todo imposible si el señor con el que uno se encuentra en el retrete es el dueño del bar), o bien que la prescripción es prácticamente inútil, generalmente desobedecida. ¡Y uno como cliente, esporádico o habitual, está en disposición de exigir sus derechos! Hay, claro está, otra forma de explicar esta situación. Pero adentrarse ahora en asuntos tan complicados como si estaba en la intención del anunciante incluir un ámbito mayor o menor del que abarca el enunciado resultaría inoperante para el asunto que nos ocupa: los sacos de Barcelona.

Aunque en principio pueda resultarle extraño es una diversión lúdica y gratuita. Un genuino servicio público. Puede usted encontrárselos en cualquier lugar paseando tranquilamente esta bella ciudad de Barcelona. De día o de noche. Al doblar cualquier esquina, en mitad de la rambla del Poblenou, en el Barri Gótic, La Barceloneta o en el muy distinguido y modernista Passeig de Gràcia. No importa el lugar, no importa la hora. Vaya usted por donde vaya irremediablemente se encontrará con uno o más de estos sacos en mitad de la calle. No digo yo que no pueda ocurrir que haya viandantes o incluso ciclistas y conductores que distraídos por otros quehaceres más apremiantes pasen desapercibidos en alguna ocasión ante ellos. Pero es del todo imposible que tarde o temprano no se repare en la desafiante leyenda que exhiben todos y cada uno de estos sacos. Los que aquí se reproducen son tan sólo dos ejemplos de la aparentemente despreocupada contradicción pragmática en la que incurren. En el primer caso por ser la demostración palmaria del incumplimiento de la prescripción. En el segundo, en fin, por la evidente carencia de la cualidad que enuncia la leyenda.

Después de darle muchas vueltas puede usted llegar a la conclusión de que se trata de un mero error de rotulación, incluso de un artista camuflado de rotulador: Mr. Banksy is here!, podría incluso atreverse a pensar. Pero ésta es sin duda una conclusión apresurada. Barcelona es una ciudad, a fe de modernista, moderna. “Barcelona és la botiga del món” y aquí no se desaprovecha una oportunidad. Así que vaya usted a saber si no se trata de una campaña publicitaria encubierta; o peor aún, de un mensaje subliminal cuyo servicio sea para uso exclusivo de algún ente conspirador que pretenda demostrar demoscópicamente la escasa atención pública que se presta en esta ciudad a los enunciados, prescriptivos o no.

Hechos como éste son los que hacen de Barcelona una ciudad única: una ciutat al centre de món. Un verdadero hecho diferencial que se presta como un servicio público exclusivo a sus admiradores. Y aún habrá quien niegue el público uso que se hace en esta ciudad del castellano.

miércoles, 10 de febrero de 2010

"Se alquila marido manitas para trabajos en general por crisis"

¿Un anuncio de servicios? ¿Una campaña publicitaria previa al lanzamiento del producto? Lo ignoramos. Únicamente sabemos por ahora que se anuncia un alquiler de servicios pero ignoramos si tales servicios son propios o ajenos. Si son propios ¿es relevante el estado civil del anunciante? Supondremos que lo es. Por qué si no iba a querer “Se” ponerlo de manifiesto. De seguir interesados en el tema deberemos interrogarnos a continuación qué añade o resta la propiedad de marido a la calidad de manitas. Del manitas, marido o no, podemos suponer la pericia necesaria para realizar los trabajos en general para los que “Se” lo ofrece. ¿Pero del marido? ¿Qué debemos suponer del marido? Por ahora se nos escapa. Así que supondremos también la relevancia de la propiedad “marido” aunque de momento ignoremos para qué.

¿Y si los servicios que “Se” anuncia no son propios sino ajenos? Es decir, si “Se” no se alquila, sino que “Se” alquila marido. Obviamente aquí se nos plantea un problema jurídico que habrá que resolver. Deberemos averiguar entonces si es posible, si está legalmente permitido quiero decir, que un individuo, o individua, alquile a otro. En este último caso la aclaración del género (lingüístico) parece ociosa y, por consiguiente, toda esta frase inútil, redundante. No es ocioso, sin embargo, preguntarse por la legalidad del acto, sin que ello nos obligue por ahora a responder a la pregunta.

Está claro, de todas formas, que adecuación o no a la legalidad, no nos aclara la propiedad relevante que debemos atribuir al marido que se alquila, o que “Se” alquila. La cualidad de ser manitas para trabajos en general parece ser en principio suficiente para que alguien solicite su servicios. Al fin y al cabo, lo que se busca es un intercambio de trabajos manuales a cambio de un precio. En esto al menos el alquiler de servicios que se anuncia no difiere sustancialmente del resto.

Releamos ahora de nuevo la frase de principio a fin. ¿Hay algún otro dato relevante que se no hayamos considerado hasta aquí? Parece que no. Pero si prestamos atención al final del enunciado aparece casi deslumbrante la razón, la causa (reparen los juristas en la elegancia de la elipsis: la causa implícita) “por” la que “Se” alquila marido: la crisis. Un dato importantísimo a poco que reparemos en él. Los hechos, por lo general, son mucho más tozudos que los significantes que, en tiempos de crisis, transmutan fácilmente de significado.

Estamos ya en condiciones de otear el alcance inmenso, grandioso, de la proposición. La relevancia de la propiedad marido se presenta por fin nítidamente ante nuestros ojos. Conmovidos, casi perplejos, no podemos sino postrarnos ante este magnífico y casi desesperado acto de amor. Tan sólo al final comprendemos ese grito de dolor hasta ahora ininteligible para nosotros. “Se” reclama su atención: no alquila un manitas, sino, y ante todo, un marido. Un marido manitas que “Se” alquila, no regala, no vende. Apoteósico, este magistral acto de narración nos previene por último ante falsas ilusiones. La propiedad es relevante, nos advierte por último: ¡acaso no habéis comprendido que la del marido es la propiedad que “Se” reclama explícitamente para sí. “Se” reserva el derecho de retorno. ¡Qué tragedia!


Los sacos de Barcelona

Los sacos de Barcelona
Carrers de Barcelona

Los sacos de Barcelona

Los sacos de Barcelona
Carrers de Barcelona, 2010