El hombre inseguro se sintió incómodo. “No sé qué pensar”, gritó al cielo.
−Es normal -le respondió Dios- la duda existe.
La respuesta reconfortó en un primer momento al hombre inseguro y después lo inquietó severamente.
−Si la duda existe -pensó- puedo estar al menos seguro de algo.
Pero inmediatamente dudó de que fuera posible tener la seguridad de que dudaba. Dudó entonces de la existencia de la duda.
−Sin duda dudo porque existo, por lo que es seguro que la duda es tan imperfecta como yo.
El hombre inseguro concluyó entonces que la duda lo hacía libre y se sintió tremendamente desgraciado. Lloró desconsoladamente al saberse sólo frente al mundo y, entre lágrimas, tomó la determinación de que debía ocuparse de asuntos más urgentes.
Adiós, le dijo a Dios, y se puso manos a la obra.
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