miércoles, 14 de abril de 2010

Los sacos de Barcelona

Pensé que era un error. Después me pareció un magnífico ejemplo del buen humor que se aprecia en esta ciudad. Probablemente no se trate de ninguna de ambas cosas. Después de todo no es inusual que nos topemos con prescripciones inútiles, prácticamente desobedecidas. Ejemplos hay muchos. Especialmente habituales y llamativos son los que se pueden encontrar expuestos en la vidriera de cualquier bar español: “servicio exclusivo para uso de los clientes”. El “servicio” se refiere en estos casos al retrete y no, obviamente, al servicio propio de la hostelería. Adviértase que de ser esto último el enunciado tendría pleno sentido pese a la ambigüedad que encierra. Ciertamente podría dudarse de si la cualidad de exclusivo debe entenderse en términos excluyentes o privilegiados. En el primer caso el anuncio sería redundante. En el segundo, a juzgar por la clientela que desde la calle se puede apreciar en no pocos establecimientos, se antoja un anuncio de dudosa credibilidad.

Fuera ello como fuere, lo cierto es que en estos casos usted y yo, por un inexplicable entendimiento en común del mundo y del lenguaje, nos percatamos de que el anuncio nos advierte de una prohibición: la de que el retrete sea utilizado por personas que carezcan de la condición de cliente. Ante tamaña prescripción, uno no puede más que quedarse perplejo al tropezarse en el retrete con el dueño del bar o un camarero. No digamos ya si se encuentra usted con el cocinero, cuyas manos como es natural están en habitual contacto con la masa. Hechos como éste, que quizá a usted no le hayan ocurrido pero a mi sí, conducen a pensar que o bien tales individuos son, además de empleados, clientes del establecimiento (lo que ciertamente no es improbable en el caso del camarero y del cocinero, pero resulta del todo imposible si el señor con el que uno se encuentra en el retrete es el dueño del bar), o bien que la prescripción es prácticamente inútil, generalmente desobedecida. ¡Y uno como cliente, esporádico o habitual, está en disposición de exigir sus derechos! Hay, claro está, otra forma de explicar esta situación. Pero adentrarse ahora en asuntos tan complicados como si estaba en la intención del anunciante incluir un ámbito mayor o menor del que abarca el enunciado resultaría inoperante para el asunto que nos ocupa: los sacos de Barcelona.

Aunque en principio pueda resultarle extraño es una diversión lúdica y gratuita. Un genuino servicio público. Puede usted encontrárselos en cualquier lugar paseando tranquilamente esta bella ciudad de Barcelona. De día o de noche. Al doblar cualquier esquina, en mitad de la rambla del Poblenou, en el Barri Gótic, La Barceloneta o en el muy distinguido y modernista Passeig de Gràcia. No importa el lugar, no importa la hora. Vaya usted por donde vaya irremediablemente se encontrará con uno o más de estos sacos en mitad de la calle. No digo yo que no pueda ocurrir que haya viandantes o incluso ciclistas y conductores que distraídos por otros quehaceres más apremiantes pasen desapercibidos en alguna ocasión ante ellos. Pero es del todo imposible que tarde o temprano no se repare en la desafiante leyenda que exhiben todos y cada uno de estos sacos. Los que aquí se reproducen son tan sólo dos ejemplos de la aparentemente despreocupada contradicción pragmática en la que incurren. En el primer caso por ser la demostración palmaria del incumplimiento de la prescripción. En el segundo, en fin, por la evidente carencia de la cualidad que enuncia la leyenda.

Después de darle muchas vueltas puede usted llegar a la conclusión de que se trata de un mero error de rotulación, incluso de un artista camuflado de rotulador: Mr. Banksy is here!, podría incluso atreverse a pensar. Pero ésta es sin duda una conclusión apresurada. Barcelona es una ciudad, a fe de modernista, moderna. “Barcelona és la botiga del món” y aquí no se desaprovecha una oportunidad. Así que vaya usted a saber si no se trata de una campaña publicitaria encubierta; o peor aún, de un mensaje subliminal cuyo servicio sea para uso exclusivo de algún ente conspirador que pretenda demostrar demoscópicamente la escasa atención pública que se presta en esta ciudad a los enunciados, prescriptivos o no.

Hechos como éste son los que hacen de Barcelona una ciudad única: una ciutat al centre de món. Un verdadero hecho diferencial que se presta como un servicio público exclusivo a sus admiradores. Y aún habrá quien niegue el público uso que se hace en esta ciudad del castellano.

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Carrers de Barcelona

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Carrers de Barcelona, 2010